Las primeras vides llegaron desde Chile y se plantaron en Santiago del Estero, con la finalidad de tener vino para la misa. De a poco la vid fue viajando a Tucumán, Salta, el Norte y luego a Cuyo.
Después de siglos la vitivinicultura tuvo su punto de inflexión y se dio con la llegada de los inmigrantes.
Hoy 4 de septiembre se celebra el Día del Inmigrante, una fecha que nos llama a poner en valor la gran ifluencia y contribución que diferentes comunidades extranjeras han hecho al desarrollo de la actividad vitivinícola en nuestra Argentina.
Inmigrantes italianos, franceses, españoles, suizos y alemanes han sabido transformar nuestra tierra en una de las principales productoras de vino a nivel mundial.
Los italianos fueron pioneros en la vitivinicultura argentina, trayendo consigo técnicas de cultivo y vinificación de sus regiones natales, como Piamonte y Toscana. Introdujeron cepas como Nebbiolo, Sangiovese, Barbera, Casavecchia, la Pinot Grigio una uva típica del Norte italiano. y establecieron las primeras bodegas familiares en Mendoza y San Juan, regiones que hoy son el corazón del vino argentino.
Su enfoque en la calidad y el amor por la tierra se reflejan en la pasión con la que generaciones posteriores han continuado este legado. También queda en la arquitectura de las primeras bodegas.
Italianos del Friuli, Piamonte, Toscana aportaron su experiencia y artesanía a las bodegas argentinas. Su inquebrantable atención al detalle y su compromiso con las prácticas tradicionales de vinificación como por ejemplo los passitos han contribuido a forjar la reputación de los vinos argentinos.
A finales del siglo XIX, un grupo de familias provenientes de la región italiana de Friuli llegó a la provincia de Córdoba, trayendo consigo sus costumbres, su idioma y una fuerte tradición agrícola. Se instalaron en la estancia jesuita de Caroya, donde fundaron lo que hoy se conoce como Colonia Caroya, convirtiéndose con el tiempo en uno de los asentamientos friulanos más grandes del mundo.
Los friulanos no solo transformaron la economía local con el cultivo de la vid, sino que también introdujeron técnicas de elaboración de vinos, embutidos, dulces y conservas. Su conocimiento y dedicación dieron origen a una identidad enogastronómica única, que aún hoy define a la región.
La llegada de inmigrantes franceses a fines del siglo XIX marcó un punto de inflexión en la vitivinicultura argentina. Procedentes de regiones vitivinícolas de renombre como Bordeaux y Champagne, introdujeron variedades como Malbec, que encontró en Argentina su lugar en el mundo, la Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc y Merlot. Su influencia se extiende más allá de las uvas, ya que también trajeron avances en la tecnología de vinificación, ayudando a elevar los estándares de calidad en todo el país. San Rafael se convirtió así en un polo vitivinícola dinámico, donde el encuentro entre tradición francesa y paisaje mendocino sentó las bases para vinos con identidad propia. La influencia de estos inmigrantes no solo se vio en los viñedos, sino también en el desarrollo urbano, la educación agrícola y la formación de generaciones que heredaron un espíritu innovador.
Además, franceses de la Alta Saboya llegaron a Entre Ríos.
Posteriormente un famoso flyingwinemaker francés, de Pomerol llegó al país en 1988 e invitó a sus amigos creando – diez años después – una maravillosa aventura francesa.
Los españoles, especialmente aquellos provenientes de regiones como Galicia y La Rioja, aportaron su vasta experiencia en la viticultura y variedades como Tempranillo, y la Garnacha también contribuyeron a la expansión de la actividad en zonas como La Rioja argentina y otras regiones de Cuyo. Su herencia cultural y su fuerte ética de trabajo siguen siendo una parte esencial de la identidad vitivinícola argentina.
La llegada del ferrocarril a la ciudad de San Juan en 1885 facilitó las comunicaciones y el transporte, a partir de entonces esta provincia ganadera, agrícola y vitivinícola recibió a familias completas de inmigrantes españoles. En su nuevo lugar, se transformaron en una de las mayores colectividades. Se dedicaron a la elaboración de vinos, de pasas y a comercializar el aguardiente.
Aunque en menor número, los inmigrantes suizos jugaron un rol importante en la introducción de prácticas de viticultura sostenible y en el desarrollo de la vinificación. Establecidos principalmente en Mendoza, en el sur del país, y en 1874 en Entre Ríos -Colón y San José-. La tradición del vino llegó de la mano de los colonos, del cantón de Valais que poblaron la provincia y comenzaron con la producción artesanal marcando costumbres en el terruño.
Suizos de Lausana llegaron a San Rafael, Mendoza en 1952.
Luego del 2009 otro grupo de suizos inversores descubrieron esta tierra apasionante como el sitio perfecto para implementar su visión de hospitalidad y servicio. Así nos brindan sus valores alpinos a los Andes.
La influencia alemana en la vitivinicultura argentina se ha centrado en la innovación y la diversificación. Los alemanes, muchos de ellos provenientes de regiones vitivinícolas como el Rhin y Mosela, trajeron consigo un enfoque científico al cultivo de la vid y la producción de vino. Introdujeron cepas blancas como Riesling y Gewürztraminer, que prosperaron en climas más fríos, y sus técnicas modernas contribuyeron a la evolución de la vitivinicultura en regiones como el sur de Mendoza y el Valle de Río Negro.
Los inmigrantes libaneses y turcos en la vitivinicultura argentina es una faceta menos conocida, aunque no menos significativa. Trajeron consigo una rica tradición cultural y un enfoque distintivo en la agricultura.
En 1989 un grupo austríaco compra viñedos y una bodega en Mendoza apostando a los desafíos de hacer vino en Argentina.
La historia de la vitivinicultura argentina es, en gran medida, la vida y pasiones de sus inmigrantes. Cada comunidad ha dejado una marca de amor y respeto por esta gran actividad, compartieron además de sus conocimientos y técnicas, su dedicación y trabajo por el vino.
En este Día del Inmigrante, rendimos homenaje a esos pioneros que, con su labor, han construido la base sobre la cual se levanta hoy la vitivinicultura argentina.



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