Cuando pensamos en el Champagne, la mente suele asociar de inmediato a la elegancia de la Chardonnay o la intensidad de la Pinot Noir. Sin embargo, detrás de varias burbujas icónicas se encuentra la Pinot Meunier, una uva que, aunque menos conocida, desempeña un papel clave en la viticultura y enología de esta región.
La Pinot Meunier, cuyo nombre proviene de la palabra francesa «meunier» (molinero) por la apariencia harinosa a la parte inferiorde sus hojas, también tiene una curiosa referencia etimológica. Su nombre «Pinot» hace alusión a la forma de sus racimos, que se asemejan a las piñas de pino negro. Esta uva es una de las tres variedades principales del Champagne, cultivada principalmente en el Valle del Marne, y aporta frescura y frutosidad a los blends de estos vinos.
¿Qué hace especial a la Pinot Meunier?
Aporte al Champagne: La Pinot Meunier aporta frescura, vivacidad y frutas rojas al assemblage. Es una variedad menos tánica que la Pinot Noir, lo que la hace perfecta para suavizar la estructura de los blends y añadir complejidad aromática.
Adaptabilidad al clima: Su ciclo vegetativo es más corto, lo que le permite madurar más rápido y adaptarse mejor a las zonas más frías o con suelos arcillosos. Esto la convierte en una variedad confiable frente a los riesgos de heladas.
Aromas y sabores: En vinos tranquilos o monovarietales, la Pinot Meunier destaca por sus notas de frutas rojas (como frambuesas y cerezas), flores silvestres, hierbas frescas y un toque especiado.
Más allá del Champagne
Aunque su corazón está en la región de Champagne, la Pinot Meunier también se cultiva en otros países como Alemania (donde se conoce como Schwarzriesling), Australia y Estados Unidos. En estas regiones, ha comenzado a ganar protagonismo como varietal para vinos tranquilos, mostrando un perfil aromático encantador y versátil.
Luigi Bosca con su espumante Bohème Brut Nature y Salentein con Alyda, también Familia Zuccardi y Costa & Pampa se encuentran experimentando con esta variedad de uva.
Maridajes para vinos con Pinot Meunier
Mariscos y pescados: ostiones, camarones, langostinos o pescados blancos en preparaciones ligeras. La acidez y la fruta del vino realzan la frescura del marisco sin opacar sus sabores.
Quesos suaves y cremosos: Brie, Camembert o quesos de cabra, donde el contraste entre la acidez del vino y la textura cremosa genera un equilibrio elegante en el paladar.
Aves y platos más sustanciosos: pollo rostizado, pavo o preparaciones con salsas ligeras, combinan perfectamente con la intensidad frutal y la frescura de la Meunier.
Entrantes y aperitivos: tartaletas saladas, tapas con pescados o vegetales grillados.
Comidas con textura crujiente: preparaciones crocantes como pollo frito o snacks horneados, donde las burbujas y la acidez del espumante “limpian” el paladar entre bocados.
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Hay vinos que acompañan momentos. Y hay otros que los transforman en recuerdos. Los vinos espumantes pertenecen a este último grupo: están ligados a celebraciones, encuentros, brindis compartidos y también a instantes íntimos donde una copa alcanza para decir mucho.
Detrás de cada burbuja hay decisiones, tiempos de espera y un trabajo minucioso que comienza en el viñedo y continúa en la bodega. Comprender cómo se elabora un espumante no solo despierta curiosidad, sino que profundiza el disfrute y la conexión con el vino.
En esta nota te invitamos a descubrir, paso a paso, cómo nacen los vinos espumantes, qué métodos existen y por qué cada estilo expresa una manera distinta de entender el vino y el placer de beberlo.
¿Qué es un vino espumante?
Antes de avanzar, vale una aclaración importante que muchas veces genera confusión.
Popularmente, durante muchos años se utilizó la palabra Champagne para referirse a cualquier vino con burbujas. Sin embargo, Champagne es una denominación de origen controlada, reservada exclusivamente para los vinos espumantes elaborados en la región de Champagne, en Francia, bajo normas muy precisas.
Por este motivo, fuera de esa región, el término correcto es vino espumante. Cada país y cada región luego le da su identidad propia —Cava, Prosecco, Sekt, espumante argentino— pero todos comparten un mismo principio: la presencia de gas carbónico natural generado durante la fermentación.
Un vino espumante es aquel que contiene dióxido de carbono disuelto de forma natural, generado durante la fermentación. Ese gas es el responsable de la espuma y de las burbujas que se liberan al servirlo. A diferencia de los vinos tranquilos, los espumantes se caracterizan por su presión interna y por una elaboración pensada especialmente para preservar frescura, acidez y elegancia.
El vino base: el punto de partida
Antes de que aparezcan las burbujas, todo espumante comienza siendo un vino tranquilo. Esta etapa, muchas veces poco visible para el consumidor, es fundamental: de la calidad y el equilibrio del vino base dependerá, en gran medida, el resultado final del espumante.
La elaboración del vino base comienza en el viñedo, con una cosecha generalmente más temprana que la de los vinos tranquilos. El objetivo es preservar una acidez natural elevada, indispensable para aportar frescura, tensión y capacidad de evolución, y mantener un bajo grado alcohólico, que luego se incrementará con la segunda fermentación.
En bodega, las uvas se someten a un prensado suave y cuidadoso, buscando obtener mostos limpios y delicados, con bajo contenido de compuestos fenólicos. Esta sutileza es clave para lograr espumantes elegantes y de textura fina.
La fermentación alcohólica del vino base se realiza de manera controlada, generalmente a bajas temperaturas, para conservar aromas primarios frescos y precisos. En esta instancia, el enólogo decide también si el vino realizará o no fermentación maloláctica, una elección que influirá directamente en el perfil final: mantenerla aporta mayor vivacidad y filo; realizarla suma suavidad y sensación de volumen en boca.
El resultado es un vino de perfil austero, liviano y marcadamente ácido, que por sí solo puede parecer simple. Sin embargo, es justamente esta estructura la que lo convierte en la base ideal para afrontar la segunda fermentación y transformarse, con el tiempo y el trabajo sobre lías, en un vino espumante complejo y lleno de carácter.
La segunda fermentación: donde nacen las burbujas
La segunda fermentación es el corazón del vino espumante. La primera fermentación alcohólica transforma el mosto en vino base. Como vimos, se busca un vino de bajo alcohol, alta acidez y perfil sobrio, que actúe como un verdadero lienzo en blanco. Aquí se define la pureza aromática, la estructura y el equilibrio que permitirán sostener el proceso posterior. La segunda fermentación es el momento clave en el que el vino se convierte en espumante. Es aquí donde nacen las burbujas y se define, en gran medida, la identidad del vino.
Una vez elaborado el vino base, se le añade azúcar y levaduras para provocar una nueva fermentación alcohólica. Durante este proceso, las levaduras vuelven a transformar el azúcar en alcohol y dióxido de carbono. La diferencia fundamental con la primera fermentación es que, en este caso, el gas no se libera: queda atrapado dentro del vino, disolviéndose lentamente y dando origen a la efervescencia característica.
La forma en que se integra ese gas es determinante. Cuando la segunda fermentación ocurre lentamente y a bajas temperaturas, se logran burbujas más finas, persistentes y elegantes. Por el contrario, fermentaciones más rápidas suelen dar una espuma más intensa pero menos delicada.
El lugar donde sucede esta fermentación también es decisivo. Si ocurre en botella, el espumante ganará complejidad, textura cremosa y capacidad de guarda gracias al contacto prolongado con las lías. Si se realiza en tanques presurizados, el resultado será un vino más fresco, frutal y directo, donde prima la expresión varietal.
En todos los casos, la segunda fermentación no solo crea las burbujas: define la presión interna del vino, su sensación en boca y el estilo final que llegará a la copa.
Tipos de vinos base y estilos de espumantes
No todos los espumantes parten del mismo tipo de vino base. Según las variedades utilizadas y el estilo buscado, pueden elaborarse a partir de distintos vinos:
Blanc de Blancs: espumantes elaborados exclusivamente a partir de uvas blancas. Suelen destacarse por su frescura, fineza y perfiles más delicados.
Blanc de Noirs: vinos blancos elaborados a partir de uvas tintas, como Pinot Noir o incluso Malbec. El prensado suave permite obtener mostos claros, dando lugar a espumantes con mayor estructura y profundidad.
Espumantes rosados: pueden obtenerse por breve contacto con las pieles de uvas tintas o por la adición de una pequeña proporción de vino tinto al vino base, según el método y la tradición de cada región.
Espumantes tintos: menos comunes, pero presentes en algunas zonas y estilos particulares, donde se busca expresar intensidad y carácter.
Cortes de vino blanco y vino tinto: utilizados principalmente en espumantes rosados, aportan color, estructura y complejidad.
Cada una de estas decisiones influye directamente en el color, el cuerpo, los aromas y la sensación en boca del espumante final.
Principales métodos de elaboración
Método tradicional o Champenoise
Es el método más reconocido y el que da origen a algunos de los espumantes más complejos del mundo.
Al vino base se le agrega el licor de tiraje (azúcar y levaduras) y se embotella.
La segunda fermentación ocurre dentro de la botella, dando lugar a la toma de espuma.
Luego comienza un período de crianza sobre lías, durante el cual el vino gana complejidad aromática, volumen y textura.
Finalizada esta etapa, las botellas deben liberarse de los sedimentos. Para ello se realiza el removido, un proceso mediante el cual las botellas se giran y se inclinan progresivamente para que las lías se deslicen hacia el cuello.
Tradicionalmente, este trabajo se hacía de manera manual sobre pupitres, estructuras de madera perforadas donde las botellas se colocan en posición inclinada y se rotan diariamente con gran precisión. Hoy en día, en muchas bodegas, este proceso se realiza de forma mecánica mediante giropalets, aunque el principio sigue siendo el mismo.
Una vez que los sedimentos se concentran en el cuello, se procede al degüelle, donde se expulsan las lías. Luego se añade el licor de expedición, que definirá el estilo de dulzor final del espumante.
Este método aporta notas de pan tostado, brioche, frutos secos y una burbuja fina y persistente.
En este método, la segunda fermentación se realiza en tanques de acero inoxidable presurizados. También es conocido como método Martinotti, aunque este nombre suele utilizarse más en contextos técnicos o históricos.
Se trata de un proceso más rápido y eficiente que el método tradicional, ya que permite controlar la fermentación a gran escala y reducir los tiempos de elaboración.
Una vez finalizada la segunda fermentación en tanque, el vino se embotella ya con el gas integrado, conservando su frescura natural.
El resultado son espumantes de perfil fresco, frutal y directo, donde se destaca el carácter varietal, la ligereza en boca y una expresión más primaria de los aromas.
Long Charmat
Es una evolución del método Charmat tradicional.
La segunda fermentación también ocurre en tanque.
El vino permanece más tiempo en contacto con sus lías, lo que aporta mayor complejidad y estructura.
Combina frescura con una textura más cremosa y profundidad aromática.
El rol de las lías
El contacto del vino con las levaduras muertas (lías) es clave en muchos espumantes de calidad.
Aporta aromas complejos.
Mejora la sensación en boca, dando cremosidad y volumen.
Contribuye a la estabilidad del vino.
Cuanto mayor sea el tiempo de crianza sobre lías, mayor será la complejidad del espumante.
Clasificación según azúcar
Luego del degüelle, el espumante se clasifica según la cantidad de azúcar residual:
Una vez finalizada la segunda fermentación y realizado el degüelle, el espumante puede recibir —o no— el llamado licor de expedición, una mezcla de un vino guarado, brandy o destilado que permite ajustar el estilo final. La cantidad de azúcar residual determinará la clasificación del espumante y tendrá un impacto directo en la percepción en boca, el equilibrio y el tipo de consumo recomendado.
Nature: contiene menos de 3 gramos de azúcar por litro. Son espumantes bien secos, donde la acidez y la expresión del terroir quedan completamente expuestas. Recomendados para paladares entrenados y para maridar con platos de marcada intensidad salina o grasa.
Brut Nature: con menos de 7 gramos de azúcar por litro, mantiene un carácter muy seco, pero con una leve redondez en boca que equilibra la acidez. Es un estilo muy apreciado por quienes buscan precisión, frescura y definición aromática.
Extra Brut: con menos de 11 gramos por litro, logra un equilibrio armónico entre sequedad y suavidad. Es uno de los estilos más versátiles, ideal tanto para aperitivos como para acompañar una amplia variedad de platos.
Brut: con menos de 15 gramos de azúcar por litro, es el estilo más difundido a nivel mundial. Su leve aporte de azúcar equilibra acidez y estructura, dando lugar a espumantes amables, accesibles y muy gastronómicos.
Demi-Sec: a partir de los 15 gramos por litro, presenta una dulzura perceptible. Estos espumantes son ideales para acompañar postres, quesos azules o preparaciones especiadas, donde el contraste dulce resulta armonioso.
Dulce: con más de 40 gramos de azúcar por litro, se trata de espumantes claramente dulces, intensos y envolventes, pensados para momentos específicos y para paladares que disfrutan de una expresión golosa.
Comprender estas categorías permite elegir el espumante adecuado no solo según el gusto personal, sino también según la ocasión y el maridaje.
Cabe aclarar que el Extra Brut sólo existe en Argentina no sucede así en Francia.
El encorchado y el bozal
Una vez que el espumante está listo, llega el momento del encorchado, una etapa clave para garantizar su correcta conservación y seguridad. La botella se cierra con el clásico corcho de espumante, diseñado para soportar la presión interna generada por el gas carbónico.
Para asegurar ese cierre, se coloca el bozal, el armazón de alambre que mantiene el corcho firme en su lugar y evita que salga expulsado por la presión. Este sistema es indispensable en todos los vinos espumantes y también en el Champagne, nombre reservado exclusivamente a los elaborados en la región francesa homónima.
El encorchado no es solo un gesto final: es el paso que sella todo el trabajo previo y permite que el espumante llegue a la copa en perfectas condiciones, preservando sus burbujas, aromas y frescura.
Para que te clarifique lo que leiste, te dejamos un excelente video a cargo de Alejandro Martinez.
Los espumantes en el mundo
El mundo de los vinos espumantes es amplio y diverso. Si bien el método de elaboración puede ser similar, cada país y cada región aportan su identidad a través del clima, las variedades de uva, la tradición y la cultura del consumo.
Francia
Francia es la referencia histórica cuando se habla de espumantes. La mayor parte de los vinos espumantes franceses provienen de la región de Champagne, cuyo nombre está protegido y reservado exclusivamente a los vinos elaborados allí.
Fuera de Champagne, Francia elabora una gran diversidad de espumantes bajo la denominación Crémant, presentes en regiones como Alsacia, Borgoña, Burdeos, Jura, Saboya y Limoux. Estos vinos, elaborados principalmente por método tradicional, expresan el carácter de cada zona y suelen ofrecer una excelente relación entre calidad y precio.
Cuando los espumantes franceses presentan un perfil dulce, tradicionalmente se los denomina Mousseaux, un estilo menos difundido hoy, pero históricamente relevante.
Italia
Italia ofrece una enorme variedad de estilos y expresiones. El más conocido a nivel internacional es el Prosecco, caracterizado por su perfil fresco, frutal y accesible. También se destacan el Asti Spumante, de estilo aromático y dulce, y el Franciacorta, elaborado por método tradicional y reconocido por su complejidad y elegancia.
El Lambrusco, por su parte, rompe con los esquemas clásicos al presentar espumantes —muchas veces tintos o rosados— de carácter frutal y refrescante.
España
En España, el espumante más emblemático es el Cava, elaborado principalmente por método tradicional y con zonas de producción reconocidas. Además, en los últimos años han ganado visibilidad otros espumantes regionales, como los elaborados en Rueda o Rías Baixas, que aportan nuevas interpretaciones y estilos.
Alemania
En Alemania, los vinos espumantes se conocen como Sekt. Pueden elaborarse por distintos métodos, aunque los de mayor calidad suelen seguir el método tradicional. Las variedades más utilizadas incluyen Pinot Blanc y, muy especialmente, Riesling, que aporta una marcada acidez, finura aromática y gran capacidad de guarda.
La elaboración de los vinos espumantes es un delicado equilibrio entre técnica, tiempo y sensibilidad. Entender cómo se hacen no solo enriquece la experiencia de degustación, sino que también permite elegir mejor, valorar el trabajo detrás de cada botella y disfrutar aún más de cada burbuja.
Porque detrás de un buen espumante, siempre hay mucho más que celebración.
Tendencias actuales en los vinos espumantes
El mundo del vino espumante también evoluciona y acompaña los cambios en los hábitos de consumo. En los últimos años, se observa una clara inclinación hacia estilos más livianos, frescos y fáciles de beber, donde el disfrute no está necesariamente asociado al alcohol elevado.
Los espumantes de bajo alcohol ganan protagonismo entre consumidores que buscan moderación, bienestar y un consumo más consciente, sin resignar placer. La cosecha temprana, el manejo preciso de la fermentación y ciertos métodos de elaboración permiten lograr vinos vibrantes, aromáticos y equilibrados, con menor graduación alcohólica.
A esta tendencia se suma el interés por prácticas más sustentables, vinos orgánicos o de mínima intervención, donde la expresión del viñedo y la pureza del vino toman un rol central. La frescura, la transparencia y la identidad del origen se valoran tanto como la técnica.
Así, el espumante deja de ser solo una bebida asociada a celebraciones puntuales para transformarse en un vino versátil, actual y alineado con nuevos estilos de vida, capaz de acompañar distintos momentos y mesas.
Maridajes y vinos espumantes
Los vinos espumantes son, probablemente, los más versátiles a la hora de maridar. Su acidez natural, la presencia de burbujas y, en algunos casos, el azúcar residual, los convierten en grandes aliados de la gastronomía.
Los espumantes más secos y frescos —como un Brut Nature o Extra Brut— funcionan muy bien con mariscos, ostras, sushi, pescados crudos, quesos de cabra o entradas livianas. La burbuja limpia el paladar y realza la frescura de los platos.
Los espumantes con algo más de cuerpo o crianza sobre lías, elaborados por método tradicional, acompañan perfectamente platos más elaborados: risottos, aves, pescados grillados, quesos semiduros e incluso preparaciones con manteca o crema, donde la acidez equilibra la untuosidad.
En el caso de los espumantes rosados, su perfil frutado y su estructura los vuelve ideales para tapas, cocina mediterránea, embutidos, recetas con salmón, atún o carnes blancas.
Los estilos Demi-Sec o Dulce encuentran su mejor expresión junto a postres, frutas, pastelería o quesos azules, aunque también pueden sorprender acompañando platos especiados o de inspiración asiática.
Más allá de las reglas, el espumante invita a animarse: no solo para el brindis, sino para ocupar un lugar protagonista en la mesa.
Seguí aprendiendo y disfrutando el mundo del vino
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El vino se entiende mejor cuando se comparte. Y cada aprendizaje suma una nueva forma de disfrutarlo.
Cada publicación la ideamos con mucho amor. Para nosotros es un placer que nos visites y esperamos que todo lo que te guste lo compartas con tus seres queridos. Qué tengas una hermosa vida!!
El uso de la madera para las bebidas no comenzó con el vino. Los germanos provenientes del norte y del este de Europa fueron los iniciadores del uso de la madera como medio de transporte, es decir para transportar el vino. Hay que situarse en esa época para entender que transportar el vino en barricas era fácil. Una barrica sellada, bien cerrada con un tapón y que con un buen empujón podía rodar, así se encontró la solución a mover grandes cantidades de vino. Muy distinto sería si las que había que trasladar eran ánforas, recipientes que usaban los romanos para guardar el vino.
Por otro lado, poblaciones más al sur que si eran productores de vino empleaban cueros de animales que eran resistentes. Claro que no eran tan buenos como los recipientes de madera porque el pellejo del animal transmitía con el tiempo olores no tan agradables al vino.
Origen de las barricas
De este modo los galos (pueblos históricos que habitaban los territorios actuales de Bélgica, Francia, Suiza e Italia del norte) utilizaban los toneles para almacenar sus brebajes y las cervezas, legado de la cultura celta. Por eso en el siglo I ambos sistemas coexistieron.
Por otra parte, la madera, el roble, el castaño y el cerezo comenzaron a hacerse más frecuentes. El roble luego fue generalizándose por crecer en varios lugares y además por su resistencia. Los barriles se rellenaban una y otra vez para que se les formaran una capa que los impermealizaba.
Crianza del vino
Se denomina crianza del vino al tiempo que transcurre el vino luego de la fermentación en una barrica de roble seguido de un período en botella. El roble se utiliza en forma de barrica, duelas o chips. Tanto el roble americano como el francés son costosos, y eso luego se nota en el precio del vino. Sin embargo se usa este recurso por los aromas y sabores que aporta. La madera permite que el oxígeno entre de forma controlada, el vino va madurando y suaviza su textura. Este noble material cede al vino sus propios taninos y valores organolépticos, brindándoles notas y sabores a vainilla, tostado, café y caramelo.
Roble ese material tan noble
El roble es el nombre con que se conoce a las 250 especies de árboles del género quercus. Lo primero a saber es que el roble no mejora al vino. El vino ya de por sí tiene que tener estructura y pensado para la crianza, el roble suma o resalta las cualidades de esta bebida.
Hoy en día los grandes vinos que se elaboran suelen emplear madera. La mayoría son vinos tintos. Estos vinos tienen contacto con la madera en la fermentación o genralmente luego de la fermentación.
A los blancos también se le otorga paso por madera. Sin embargo es en poca cantidad y algunas cepas como por ejemplo la Chardonnay, o también al Torrontés. La madera aporta mucho más que aromas. A través de sus poros permite una micro-oxigenación muy lenta y controlada que redondea taninos, suaviza la estructura y estabiliza el color. Además, cede compuestos que enriquecen el perfil aromático: notas avainilladas, especiadas, tostadas o de cacao según el tipo de roble y su tostado. Esto genera vinos más amplios, cremosos y complejos, siempre que la fruta tenga la fuerza suficiente para sostenerlo.
Roble francés
La madera de roble francés es más blanda. Al cortarse se debe hacer por la hendidura, siguiendo la veta del árbol, no puede ser aserrada. Se separan las duelas introduciendo una cuña, por eso se desperdicia bastante. Francia es el principal país en la producción de barricas y toneles. El costo es elevado puesto que se utilizan árboles de más de cien años. El paso de características del roble francés es más lento que el americano, transmite notas más sutiles y delicadas. Puede presentarse en el vino con notas a vainilla, tabaco, frutos secos y canela. El roble francés suele ofrecer elegancia y sutileza: especias finas, notas delicadas y una influencia más integrada.
Roble americano
Las barricas realizadas con roble americano suelen ser más resistentes, más impermeables y más duras. Los poros son más grandes que los del roble francés, por ello las propiedades son transmitidas al vino en tiempo más rápido. En este caso, el roble proveniente de los Estados Unidos en nariz presenta aromas a caramelo, coco, café, humo, tabaco y cacao.
El tamaño importa
A mayor tamaño del barril menor proporción de superficie de madera en contacto con el vino. Las barricas bordelesas (por Bordeaux) son las más utilizadas de 225 litros. Hay también de 190 litros, 250 litros, 300 litros, 400 litros, 500 litros y 650 litros. Las botas son más grandes, hay de 250 litros o hasta 1500 litros. Los tinos, fudres o cubas son las más grandes de todas, al igual de los toneles. Las bodegas López y Weinert en nuestro país usan toneles.
Foto: Bodega López
Los fudres se emplean en donde se da una larga larga crianza al vino. En especial a variedades como la Mourvedre- Monastrell en la zona del Rhone. Aquí en Argentina varias bodegas están utlizando fudres.
¿Se emplea otro tipo de madera para la crianza del vino?
La respuesta es SI. Cerezo: se utilizan sin tostar y con tostado. Roble español: se lo emplea poco, a veces es utilizado en reemplazo del francés y del americano. Roble húngaro: su aporte sensorial es parecido al francés. Acacia: la barrica sin tostar se utiliza para la fermentación y crianza de vinos blancos. La barrica de tostado medio se emplea para la fermentación y crianza de vinos blancos, también para tintos. Pino: es muy utilizado en las Islas Canarias. Fermentación y crianza para vinos blancos y rosados. Estos vinos reciben el nombre de «vinos de tea.» Castaño: para almacenar, criar y transportar el vino. Se emplea en algunos vinos españoles, italianos y aquí en Argentina La Bodega Don Diego en la provincia de Catamarca.
Cómo se hace una barrica
La elaboración de toneles, barricas o fudres es artesanal. Primero se cortan los árboles para extraer los tablones, esos mismos que son llamados duelas. Luego se someten a una maduración de dos años a la intemperie. Así se van lavando y secando a medida pasan las estaciones. Posteriormente empieza el trabajo artesanal del tonelero de ir engarzando las duelas sin la ayuda de tornillos, ni tarugos. Ya elegidas las duelas, se las va doblando aplicándoles calor por dentro y humedeciéndolas por fuera para vencer la resistencia. Se les da forma con un aro que hace de soporte. Una vez que el tonel o barrica tienen su forma se les vuelve a dar calor para lograr el tostado deseado.
Diferentes niveles de tostado
Hay un tostado interno que se le aplica a las barricas. Según ese tostado existen diferentes niveles. Light o suave: los aromas que predominan son de cedro y eucalipto. Medium o medio: aromas y sabores de vainilla High o alto: acá es cuando se encuentran sabores más intensos como a ahumado o café.
Esperamos te haya gustado esta entrada, que hayas podido aprender algunos conocimientos más en esto de hacer y criar el vino. Hay mucho más para saber sobre este tema, no dejes de buscar. Nosotros ya estamos felices al compartir con vos esta información.
¡Qué tengas un día espectacular y divertido!
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Cada 7 de noviembre celebramos el Día Internacional del Merlot, una uva que ha sabido ganarse un lugar especial entre las variedades más queridas del mundo. Su textura sedosa, su carácter amable y su capacidad de reflejar el terruño hacen del Merlot un vino que invita siempre a una segunda copa.
Un poco de historia
Originaria de la región de Bordeaux, Francia, el Merlot aparece documentado por primera vez en 1784 en los registros del distrito de Libourne, donde un inspector local la calificó como “una de las mejores uvas del país”. Su nombre proviene de la palabra francesa merle (mirlo), en alusión al color oscuro de las uvas y a las aves que las devoraban cuando alcanzaban su punto justo de madurez.
Durante siglos, fue la variedad predilecta de los viticultores de Saint-Émilion y Pomerol, donde alcanzó fama mundial gracias al mítico Château Pétrus, uno de los vinos más codiciados del planeta, elaborado casi exclusivamente con Merlot. Su suavidad y su redondez la convirtieron en el complemento ideal del Cabernet Sauvignon en los clásicos blends de Burdeos, donde aporta cuerpo, textura y un toque aterciopelado.
Una curiosidad: en los años 90, el Merlot fue víctima de su propio éxito. La popularidad que alcanzó en Estados Unidos lo llevó a plantarse masivamente, a veces sin respetar su naturaleza ni los suelos adecuados, lo que derivó en vinos más simples. Sin embargo, hoy vive una revalorización global, con productores que vuelven a destacar su nobleza y su elegancia natural.
El Merlot en Argentina
Aunque no ocupa el protagonismo de otras tintas, el Merlot tiene una presencia significativa en regiones como Patagonia, Mendoza y Cafayate (Salta). En Patagonia, especialmente en Neuquén y Río Negro, encuentra un clima fresco y ventoso que favorece su expresión más delicada y elegante, con notas a frutas rojas, hierbas y un sutil dejo mineral. En Mendoza, particularmente en el Valle de Uco y Luján de Cuyo, desarrolla un perfil más maduro y profundo, con aromas a ciruelas, guindas, cacao y suaves toques especiados.
Hoy muchas bodegas argentinas están redescubriendo esta uva, elaborando Merlots de alta gama que combinan equilibrio, suavidad y gran potencial de guarda.
Cómo es el Merlot
El Merlot se distingue por su textura aterciopelada, taninos amables y una acidez equilibrada. Es una variedad temprana, de buena maduración, que aporta al vino color intenso, riqueza alcohólica, complejidad aromática, además de suavidad, redondez y sedosidad en boca. En nariz ofrece notas a ciruelas, cerezas, violetas, cacao y tabaco, mientras que en boca se luce por su redondez y elegancia. Es un vino ideal para quienes buscan un tinto versátil, envolvente y fácil de disfrutar.
Maridajes que enamoran
Su carácter amable y su equilibrio lo hacen un gran compañero de mesa:
Carnes rojas o blancas al horno, como un ojo de bife jugoso, carré de cerdo con hierbas como tomillo o estragón.
Pastas con salsas de tomates frescos o crema suave, como una lasagna casera, ravioles de espinaca o fetuccini al pomodoro.
Risottos de hongos, espárragos o vegetales de estación, donde su estructura acompaña la untuosidad del plato.
Quesos semiduros o medianamente curados, como Gouda, Fontina, Pategrás o un queso de cabra estacionado.
Platos vegetarianos con berenjenas asadas, pimientos grillados, tarta de hongos y cebollas caramelizadas o croquetas de lentejas.
Y, por supuesto, el Merlot también invita a momentos de disfrute sin acompañamiento, ideal para una tarde romántica, una charla tranquila o simplemente para relajarse después del día.
Brindemos por el Merlot
Hoy celebramos una cepa que combina armonía, suavidad y carácter. Un vino que invita a redescubrir la simpleza y la elegancia, y que en cada terruño argentino expresa una versión distinta de su encanto. Brindemos por el Merlot, por su historia y por los nuevos caminos que sigue trazando en nuestras copas.
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El Champagne es mucho más que un vino espumoso: es símbolo de elegancia, historia y tradición. Cada año, el cuarto viernes de octubre el mundo celebra su día, una fecha que rinde homenaje a este ícono francés que transformó la forma de brindar y de entender el lujo.
El origen del Champagne
El Champagne nace en una región del mismo nombre, situada al noreste de Francia, entre Reims y Épernay. Su clima frío, los suelos calcáreos y la combinación de las cepas Chardonnay, Pinot Noir y Pinot Meunier dan origen a un vino espumoso con una identidad inigualable.
Solo los vinos elaborados en esta región bajo las normas del método champenoise pueden llevar el nombre “Champagne”. Este proceso implica una segunda fermentación en botella, que produce las burbujas de manera natural, y un largo tiempo de crianza sobre lías, lo que aporta complejidad, textura y profundidad aromática. Por eso, a las bebidas con burbujas producidas fuera de Champagne se les llama “espumantes”.
La leyenda de Dom Pérignon
La historia del Champagne está ligada a la figura del monje benedictino Dom Pierre Pérignon, se dice que él descubrió el Champagne, aunque en realidad su mérito fue perfeccionar las técnicas de elaboración de este vino en la abadía de Hautvillers durante el siglo XVII. Seleccionó cuidadosamente las uvas, introdujo el uso de botellas más resistentes y mejoró el sellado con corcho, elementos que hicieron posible conservar las burbujas y desarrollar su efervescencia característica.
Su famosa frase “Estoy bebiendo las estrellas” se transformó en una metáfora perfecta para describir la magia que envuelve a cada copa de Champagne.
Las Maisons du Champagne
El prestigio del Champagne se consolidó gracias a las grandes Maisons du Champagne, que elevaron su reputación a nivel mundial. Casas como Moët & Chandon, Veuve Clicquot, Bollinger, Taittingero Louis Roederer son verdaderos emblemas de estilo y savoir-faire.
Cada maison imprime su sello personal, determinado por su terroir, su historia familiar y su tiempo de crianza. En conjunto, representan un patrimonio cultural que trasciende generaciones.
El Champagne Day y su legado
El Champagne Day se celebra cada cuarto viernes de octubre. Fue creado en 2009 por el sommelier estadounidense Chris Oggenfuss, con la intención de rendir homenaje a esta denominación de origen y promover su cultura en todo el mundo.
Más allá de la fecha, el Champagne sigue siendo sinónimo de celebración y elegancia en cada brindis.
Curiosidades del Champagne
Napoleón Bonaparte brindaba con Champagne antes de cada batalla y decía: “Merezco Champagne en la victoria y lo necesito en la derrota.”
Madame Clicquot, conocida como la gran dama del Champagne, fue una de las primeras mujeres en liderar una maison y revolucionó su producción al inventar el sistema de pupitres para clarificar el vino.
A fines del siglo XVII, las burbujas eran consideradas un defecto, hasta que la aristocracia inglesa las adoptó como símbolo de refinamiento.
En el siglo XIX, el Champagne se convirtió en el vino de las coronaciones, los bailes de la alta sociedad y las celebraciones más exclusivas del mundo.
Argentina y el arte de elaborar espumantes
Argentina también ha desarrollado una sólida tradición en la elaboración de vinos espumantes, especialmente en Mendoza, el Valle de Uco y la Patagonia. Nuestros enólogos adoptaron tanto el método champenoise como el Charmat, logrando vinos de gran frescura, equilibrio y finura aromática.
Hoy, los espumantes argentinos ocupan un lugar de prestigio en el mundo, combinando la técnica francesa con la expresión única de nuestro terroir.
Maridajes recomendados
El Champagne y los espumantes argentinos son compañeros ideales de múltiples platos:
Ostras, sushi, ceviche o carpaccios de pescado
Quesos de pasta blanda como brie o camembert
Carnes blancas y pescados grillados
Postres con frutas o crema para Champagnes (Doux) o espumantes Demi Sec o dulces
Cómo conservar correctamente un Champagne o espumante
Temperatura de almacenamiento: Mantener las botellas entre 7 °C y 18 °C.
Evitar cambios bruscos de temperatura: Mantener la temperatura constante para no afectar el vino.
Protección contra luz y calor: Guardar en lugares oscuros y frescos.
Humedad adecuada: Mantener un nivel de humedad suficiente para que el corcho no se reseque.
Evitar golpes o vibraciones: Manipular con cuidado y colocar sobre superficies firmes.
Potencial de envejecimiento: Las botellas no‑vintage pueden conservarse algunos años; las vintage, más tiempo, pero siempre controlando las condiciones de almacenamiento.
Ya sea Champagne o espumante argentino, cada burbuja nos recuerda que la vida está hecha para celebrarla.
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El vino tinto es el resultado de un proceso apasionante donde la ciencia, la técnica y la sensibilidad se encuentran. Cada botella guarda la historia de su viñedo, de las decisiones del enólogo y del tiempo que le dio forma.
En esta nota te invitamos a descubrir cómo se elabora un vino tinto, paso a paso: desde la cosecha de la uva hasta su embotellado, explorando qué sucede en cada etapa y cómo influye en el color, el aroma y la textura del vino final.
Cosecha: el punto de partida
Todo comienza en el viñedo. La madurez de la uva es clave: el momento de la cosecha se define según el equilibrio entre azúcares, acidez, taninos y aromas.
La vendimia puede ser manual —ideal para vinos de alta gama, donde se seleccionan solo los racimos óptimos— o mecánica, más rápida y eficiente para grandes superficies. Una vez recolectadas, las uvas se trasladan con cuidado a la bodega, evitando roturas y oxidaciones.
Recepción y selección en bodega
Al llegar a la bodega, las uvas se pesan, se registran y —en algunos casos —pasan por una mesa de selección, donde se eliminan hojas, restos vegetales o racimos dañados. Este paso asegura que solo la mejor materia prima continúe en el proceso. Este paso no lo tienen todas las bodegas, salvo las que elaboran vinos de alta calidad. Las uvas son colocadas en una cinta en movimiento y el personal va seleccionando las mejores. Se quitan ramas que hayan quedado, las que están en mal estado y las que no crecieron.
Despalillado y estrujado
El despalillado separa los granos del raspón (la parte leñosa del racimo). Aunque algunos enólogos optan por conservar una pequeña proporción para aportar estructura y frescura, en la mayoría de los tintos se retira completamente para evitar notas vegetales o astringentes.
Luego se realiza el estrujado, que rompe suavemente las bayas sin aplastar las semillas, liberando el jugo y los compuestos que darán origen al mosto.
Maceración y fermentación alcohólica
Luego el siguiente paso es trasladar las uvas a un depósito, cuba o tanque de acero inoxidable, también son muy utilizadas las piletas de cemento o bines de plásticos para llevar a cabo microvinificaciones. Este recipiente no debe ser llenado del todo, puesto que cuando se produce la fermentación (ebullición) la masa aumenta de volumen y va a ocupar parte de este espacio vacío. En esta fase, el mosto y los hollejos (pieles) permanecen juntos dentro de los tanques de fermentación. Allí ocurre la maceración, el proceso mediante el cual se extraen los pigmentos, taninos y aromas de la piel de la uva.
Simultáneamente, gracias a las levaduras, se lleva a cabo la fermentación alcohólica, transformando los azúcares naturales del jugo en alcohol y dióxido de carbono.
El control de la temperatura es fundamental: suele mantenerse entre 24 y 28 °C para conservar los aromas y lograr una buena extracción. Durante este tiempo se realizan remontajes o bazuqueos, que ayudan a mantener el sombrero de pieles húmedo y en contacto con el mosto. Toda uva por dentro (pulpa) – no tiene color. Entonces se va a necesitar de las pieles para extraer el color del vino. Es el momento en el cual la pulpa entra en contacto con las pieles. La maceración del vino es fundamental para la extracción de aromas, color y taninos. Los taninos que se encuentran en los escobajos, las semillas y en los hollejos aportan astringencia, sabor y complejidad al vino. Son antioxidantes naturales que en parte ayudan a conservar el vino. El proceso de fermentación lleva entre 10 y 14 días. Remontaje: Se emplea en la elaboración de vinos tintos. El anhídrido carbónico que se desprende cuando ocurre la fermentación, produce que las pieles de las uvas se eleven y forman, lo que se llama el sombrero. Esta masa da color y taninos al futuro vino. En esta acción se bombea líquido de abajo del tanque y se lo echa sobre este sombrero, así se logra un color parejo del mosto. Battonage: Es un trabajo que consiste poner en suspesión las lías (levaduras muertas que se depositan en el fondo) removiendo el vino con un bastón (batôn en francés) para beneficiarlos de todas sus propiedades. SI bien se utiliza más en blancos, hay enólogos que lo emplean en tintos.
Fermentación maloláctica: suavidad y equilibrio
Finalizada la fermentación alcohólica, el vino joven se trasiega a otro recipiente para iniciar la fermentación maloláctica. En esta transformación natural, las bacterias convierten el ácido málico (presente en la uva) en ácido láctico, lo que aporta mayor suavidad, volumen en boca y estabilidad microbiológica.
Este paso es característico de los vinos tintos y, en algunos casos, también se aplica a blancos con crianza. Entre la maceración y la fermentación puede pasar de 1 a 4 semanas.
Descube y prensado
El descube consiste en separar el vino líquido (vino de gota) de los sólidos. Los restos de hollejos se prensan para extraer el llamado vino de prensa, más concentrado y tánico.
Según el estilo que busque el enólogo, ambos vinos pueden mezclarse o mantenerse por separado. El vino de gota suele destinarse a las líneas de mayor calidad por su equilibrio y suavidad. Como en toda obra, el enólogo es el autor: es quien decide —junto a su equipo enológico— si desea mantener ambos vinos por separado o unirlos para equilibrar el resultado final.
El vino de gota se obtiene sin presión y suele considerarse de mayor calidad por su pureza, elegancia y suavidad. El vino de prensa, más intenso y robusto, puede aportar carácter y complejidad cuando se integra en pequeñas proporciones. Cada elección refleja el estilo que busca el enólogo y la identidad del vino que quiere crear.
Clarificación, filtrado y estabilización
Antes del embotellado, el vino se somete a procesos que mejoran su limpidez y estabilidad.
Clarificación: se añaden agentes naturales (como bentonita o proteínas vegetales) que arrastran las partículas en suspensión.
Filtrado: elimina impurezas y microorganismos.
Estabilización: evita posibles precipitados o alteraciones con el paso del tiempo, mediante frío o tratamientos físicos.Se busca que el vino se equilibre, puede ser por frío, tartárica, biológica entre otras.
Estos pasos permiten obtener un vino brillante, estable y listo para su crianza o embotellado.
Crianza en madera: el tiempo como aliado
Algunos vinos se embotellan jóvenes, buscando frescura y expresión frutal. Otros, en cambio, se crían durante meses o años en barricas de roble, huevos de hormigón o ánforas de arcilla (clay), materiales que permiten una microoxigenación controlada y respetuosa con la esencia del vino.
La madera aporta complejidad aromática, taninos elegantes y una microoxigenación lenta que afina el vino. Sin embargo, en la enología actual se busca que la madera no invada al vino, sino que lo acompañe y resalte su identidad, ayudando a mostrar lo mejor de la uva y del terruño.
El tipo de roble, su tostado y el tiempo de contacto influyen directamente en el carácter final. Después de la crianza, llega el embotellado, donde el vino continúa su evolución en silencio hasta alcanzar su punto óptimo de madurez.
La práctica de embotellar el vino en botella de vidrio data de mitad del siglo XVIII. Aunque parezca una obviedad el embotellado debe tener un correcto taponado, sino estaría en peligro la conservación del vino.
El tipo de recipiente, su tiempo de uso y la duración de la crianza son decisiones que reflejan el estilo del enólogo. Luego llega el embotellado, donde el vino continúa su evolución en calma hasta alcanzar su punto óptimo de madurez.
En esta etapa también se elige el tipo de cierre:
Corcho natural, que permite microoxigenación y es tradicional en vinos de guarda.
Corcho sintético, que garantiza hermeticidad y uniformidad, ideal para vinos jóvenes.
Tapon de vidrio, moderno y elegante, que protege el aroma y sabor sin aportar influencia externa, muy usado en vinos frescos y aromáticos.
Cada cierre impacta sutilmente en la evolución del vino y en la experiencia final al descorcharlo. El tiempo que se tarda en hacer un vino de calidad depende de los tiempos que el enólogo o enóloga considere para su elaboración, ya que está profundamente relacionado con el estilo de vino que se quiera elaborar y con las decisiones que se tomen durante el proceso productivo. Entre la cosecha, la fermentación, el filtrado y el embotellado suele pasar un periodo mínimo de cinco meses.
Hasta aquí el proceso de elaboración de vinos tintos. Para nosotros es una alegría compartir esta información con vos.
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Quien se adentra en el mundo del vino pronto descubre que detrás de cada color hay una historia. No todos los tintos son iguales, y esa gama que va del rubí al violáceo, del granate al teja, tiene un protagonista clave: los antocianos.
¿Qué son los antocianos?
Los antocianos son compuestos fenólicos pertenecientes a la familia de los flavonoides. Son pigmentos naturales que se encuentran principalmente en las pieles u hollejos de las uvas tintas. En contacto con el mosto durante la maceración, estos compuestos se disuelven y dan al vino su característico color.
El término antociano fue propuesto en 1927 por el farmacéutico alemán Adolf T. Lewandoski (1804–1881), quien lo utilizó para describir el pigmento azul presente en la col lombarda (Brassica oleracea). Desde entonces, el nombre se aplica a una amplia familia de pigmentos vegetales que colorean desde las flores hasta las frutas y, por supuesto, el vino.
Además, su tonalidad puede variar según el pH, la variedad de uva y las condiciones del viñedo. En ambientes más ácidos, el vino presenta tonos más rojizos; en medios menos ácidos, los colores viran hacia el azul o el violáceo.
Dónde se encuentran y cómo actúan
En las uvas tintas, los antocianos se concentran en la piel, mientras que la pulpa suele ser incolora (excepto en variedades tintoreras). Durante la maceración, cuando el mosto permanece en contacto con las pieles, los antocianos se liberan y se combinan con otros compuestos fenólicos, como los taninos. El resultado es un vino con mayor estructura, color e intensidad aromática.
Factores que influyen en su concentración
La cantidad de antocianos en una uva depende de múltiples factores:
La variedad: cepas como Malbec, Cabernet Sauvignon o Syrah suelen tener una alta concentración de antocianos.
La madurez: cuanto más madura está la uva, más pigmentos acumula.
La exposición solar: la luz favorece su desarrollo, por eso los viñedos bien expuestos suelen producir vinos más intensos en color.
El manejo del viñedo: prácticas como la poda, la densidad de plantación o el riego influyen en la formación de estos compuestos.
El color como identidad
El color del vino es una carta de presentación. Nos habla de la variedad, del clima y del estilo del productor. Un tinto joven y vibrante, de tono violáceo, refleja juventud y frescura; mientras que los tonos teja o ambarinos delatan la evolución del vino en la botella. En algunos laboratorios se analiza la concentración de antocianos para confirmar la variedad de uva o evaluar la calidad del vino.
Antocianos y salud
Diversos estudios científicos asocian los antocianos con propiedades antioxidantes y antiinflamatorias, ya que ayudan a neutralizar los radicales libres. Sin embargo, es importante recordar que el vino se disfruta mejor por placer y cultura, no por sus posibles beneficios. Como siempre, el consumo moderado es la mejor elección.
En la copa: una invitación a observar
La próxima vez que sostengas una copa de vino, detenete un instante a mirar su color. Pensá que esos reflejos intensos o profundos son el resultado del trabajo de la naturaleza, del sol, del viñedo y de los antocianos. Ellos son los artistas silenciosos que pintan cada copa con matices únicos.
Los antocianos son mucho más que pigmentos; son parte esencial de la identidad del vino, uniendo ciencia, arte y emoción en cada botella.
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Las heladas de primavera son uno de los fenómenos climáticos más temidos por los viticultores. Se producen cuando las temperaturas descienden bruscamente justo en el momento en que la vid despierta de su reposo invernal. En esta etapa, los brotes son tiernos, los racimos incipientes y las flores extremadamente sensibles al frío. Una sola noche de helada puede dañar seriamente la cosecha y comprometer la producción del año.
Dónde y cuándo ocurren
En Argentina, las heladas primaverales afectan sobre todo a las zonas vitivinícolas de clima continental y árido, donde las diferencias entre el día y la noche son marcadas. Afectan zonas de Mendoza, San Juan, La Rioja, Patagonia norte (Neuquén y Río Negro) e incluso algunos sectores del norte argentino, como el Valle Calchaquí (Salta, Tucumán, Catamarca), cuando se presentan irrupciones de aire polar tardías. En algunos años pueden repetirse varias veces, como sucedió recientemente este 2025, cuando ya se registraron dos heladas tempranas, según comentó el enólogo Alejandro Vigil.
Si bien las heladas de primavera son más conocidas en Cuyo y la Patagonia, también pueden presentarse en otras zonas vitivinícolas emergentes de la Argentina.
En Jujuy, especialmente en la Quebrada de Humahuaca, las noches frías son parte del carácter del terroir. A más de 2.000 metros de altura, las heladas primaverales pueden aparecer, pero los productores suelen manejarlas con estrategias de poda tardía y un profundo conocimiento del microclima.
En Córdoba, particularmente en los valles de Calamuchita, Traslasierra y Punilla, las heladas ocasionales pueden afectar los viñedos ubicados en zonas bajas. Sin embargo, el principal desafío allí son las lluvias o los cambios bruscos de temperatura, más que el frío extremo.
En Entre Ríos, el clima húmedo y templado hace que las heladas sean poco frecuentes. Los viñedos, ubicados en áreas con mayor cobertura vegetal y menor amplitud térmica, rara vez sufren daños importantes.
En Buenos Aires, en cambio, regiones como Sierra de la Ventana, Chapadmalal o Balcarce, con fuerte influencia marítima, pueden registrar heladas por radiación, especialmente en noches despejadas y calmas. Los proyectos vitivinícolas de la costa bonaerense están aprendiendo a convivir con este riesgo mediante técnicas de monitoreo y manejo del suelo.
Suelen presentarse entre septiembre y noviembre, dependiendo del microclima y la altitud del viñedo. El clima está cambiante con lo cual, significa un gran reto para el cultivo de la vid.
Tipos de heladas
Existen dos tipos principales de heladas:
Por radiación: se producen en noches calmas y despejadas, cuando el calor del suelo se disipa hacia la atmósfera.
Por advección: se originan por el ingreso de masas de aire frío, generalmente acompañadas de viento, y resultan más difíciles de combatir.
Estrategias para mitigar su impacto
Los productores han desarrollado diversas técnicas para reducir los daños, que se dividen en estrategias pasivas y activas.
Medidas pasivas:
Elegir terrenos elevados o con buena circulación de aire.
Mantener el suelo húmedo y evitar labores previas a una helada, ya que un suelo seco pierde más calor.
Retrasar la poda para demorar la brotación y reducir el riesgo de daño.
Medidas activas:
Riego por aspersión: el agua, al congelarse sobre la planta, libera calor y protege los tejidos.
Torres de viento o ventiladores: mezclan el aire frío del suelo con capas más cálidas.
Calefactores o antorchas: se colocan entre las hileras para elevar la temperatura ambiente, aunque su uso es costoso y poco sustentable.
Nebulización o humo: se utiliza para reducir la pérdida de calor por radiación, con eficacia limitada.
Una lucha constante
Las heladas de primavera son un recordatorio de la vulnerabilidad del viñedo frente al clima. Cada año, los productores deben adaptarse, anticiparse y aplicar estrategias cada vez más precisas para proteger sus viñas.
En un contexto donde los ciclos naturales se vuelven menos predecibles, la capacidad de resiliencia y el conocimiento técnico se tornan aliados esenciales.
Recordá que siempre detrás de cada botella de vino, hay una historia de esfuerzo frente a los caprichos de la naturaleza.
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Los vinos naranjos pueden elaborarse con uva blanca sin embargo en cuanto a vinificación se elaboran como tintos. ¿Que quiere decir ésto? Las uvas permanecen con las pieles como cuando se hacen los tintos. Al contrario de lo que se pueda pensar, no son una innovación y llaman la atención por su color. A estos vinos se les da una maceración más prolongada con los hollejos.
Volver a los orígenes
En el 6.000 de nuestra era, éste era el vino que se fermentaba en ánforas de cerámica, enterradas en parte bajo tierra.
Otra diferencia es que los vinos naranjas, la uva no se prensa enseguida, se la deja en contacto con los hollejos, con las pieles y las semillas. Los taninos se encuentran en las pieles y esto es lo que va a conservar al vino. Los taninos son conservantes y antioxidantes. Los vinos naranjas son vinos naturales porque no se le agregan ni levaduras, ni aditivos. Tampoco se les aplica refrigeración.
Son vinos diferentes, y se elaboran con la idea de continuar con las prácticas antiguas en ánforas, en piletas de hormigón o huevos o en barricas con varios usos. Pasan un buen tiempo en contacto con los hollejos, pueden permanecer varios meses, entre cuatro, siete o hasta diez. Se obtiene una coloración característica. Son vinos que no pasan por el filtrado como los que conocemos en general. Poseen muy buena acidez y con un buen cuerpo, similar a un tinto ligero. Muchos enólogos están empleando la modalidad de no filtrar el vino, sean naranjas o no.
Donde se elaboran y donde nace esta modalidad
Fue el descubrimiento de Josko Gravner, propietario de la Azienda Agrícola Gravner en Friuli Venezia Giulia. En el 2.000 Gravner viajó a Kakheti, en Georgia, en el Cáucaso. Se dio cuenta que elaborar de forma natural el vino, y no como se venía haciendo en el Nuevo Mundo, para él era el modo más adecuado. Decidido, se llevó consigo ánforas a Italia, a su bodega y cambió el aspecto del establecimiento. En la actualidad tiene 46 ánforas enterradas en su bodega. Hoy en día estos vinos se producen desde California hasta Eslovenia en respuesta a un vino más natural, sin manipulación química.
En Argentina se están elaborando varios ejemplares Matías Michelini crea Vía Revolucionaria Torrontés Brutal; AlmaNegra Orange lo elabora Ernesto Catena en Domaine AlmaNegra , Livvera Malvasía de Germán Masera; Naranjo Pielihueso cofermentación de Torrontés, Sauvignon Blanc y Chardonnay de la Bodega Pielihueso; 2km Chardonnay de Finca Beth , Flora Chardonnay Naranjo de Zaha, creado por Alejandro Sejanovich; el Porvenir de Cafayate Naranjo, de Torrontés y Moscatel Rosado de la Bodega El Porvenir, Zun Zun Naranjo, de Sauvignon Blanc de Lamadrid Wines; en el Este de Mendoza el Moscatel Naranjo, de Matías Morcos, el Pet Nat Naranjo de la Bodega Cruzat y Otronia Lagunar Naranjo de la Bodega Otronia.
Maridajes
Estos vinos al tener más cuerpo, no eligen de compañeros los platos que eligen los blancos. Son como vinos tintos en el sabor, así que pueden formar un buen acuerdo con platos de más estructura. Maridan a la perfección con platos más complejos como quesos con maduración, platos especiados, cocina asiática o carnes blancas.
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El término “Domaine” tiene su origen en Francia y se asocia, principalmente, con regiones de fuerte tradición enológica como Borgoña y Alsacia. En su acepción más amplia, proviene del latín dominium y refiere a la idea de propiedad o posesión de la tierra.
En el contexto vitivinícola, “Domaine” designa a aquellas propiedades vitivinícolas en las que la producción de vino se realiza exclusivamente a partir de uvas cultivadas en viñedos propios, bajo la gestión directa del productor. Esto implica que la bodega ejerce un control integral del proceso productivo, desde el trabajo en el viñedo hasta la vinificación y la comercialización.
Este concepto es especialmente relevante en Borgoña, donde la propiedad de la tierra se fragmentó históricamente debido a herencias sucesivas y a la Revolución Francesa, dando lugar a pequeñas parcelas de gran prestigio. Por eso, el término “Domaine” se utilizó para diferenciar a los productores que vinificaban sus propias uvas de los négociants, quienes compraban uva o vino a terceros para elaborarlo y venderlo.
Fuera de Francia, varias bodegas han adoptado el término “Dominio” o “Domaine” para transmitir esta misma filosofía: un sentido de pertenencia, autenticidad y vínculo directo con el terroir. En Argentina, destacan:
Domaine Bousquet– Mendoza, reconocida internacionalmente por sus vinos orgánicos y biodinámicos.
Domaine Nico – Mendoza, produce vinos de alta gama a partir de viñedos propios, respetando la identidad del terroir.
Cuarto Dominio – Mendoza, con viñedos al pie de la cordillera de los Andes, controla todo el proceso desde la viña hasta la botella, transmitiendo carácter único a sus vinos.
Incluso en otros países, el término se adopta para reflejar la filosofía francesa de control integral del proceso:
Domaine Carneros (California, EE. UU.), inspirado en Borgoña y Champagne, produce espumosos y vinos tranquilos con viñedos propios.
Domaine de la Côte (California, EE. UU.), inspirada en Borgoña, con viñedos propios y producción artesanal.
En definitiva, la utilización de “Domaine” o “Dominio” en la etiqueta no es meramente estética:
Resalta la identidad territorial del vino.
Comunica una cadena productiva controlada en todas sus etapas.
Reivindica la relación histórica entre el productor y la tierra que cultiva.
Por estas razones, se ha convertido en un verdadero emblema de prestigio y distinción, especialmente en aquellas regiones donde el terroir define la identidad del vino.
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